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viernes, 4 de junio de 2010

Acerca de la Dignidad

El título del Seminario de este año me llevó a plantearme el concepto de “dignidad”. Me resultaba difícil pensar un sinónimo y al momento de definirlo se me abrían muchas posibilidades… algo así como que no era digno hablar de “dignidad” sin haber intentado profundizar un poco más.
Comencé, como solemos hacer en estos casos, por entrar en un diccionario y, como había tenido la oportunidad de leer lo que habían escrito mis compañeras de cartel sobre el tema, me dí cuenta que cada una había tomado un aspecto de la definición, que aludía al “síntoma”, a saber:
1. f. Cualidad de digno, que se comporta con decoro y se hace respetar (Era lo que Karina Pérez puntuaba en tanto que “un síntoma merece respeto”)
2. Excelencia, realce (Es lo que Graciela situaba como la “majestuosidad” del síntoma)
3. Seriedad de las personas en la manera de comportarse (El síntoma es cosa seria!)
4. Cargo honorífico y de autoridad (Karen decía que para que un síntoma tenga dignidad, tiene que serle asignado por alguien, algo así como concederle ese cargo honorífico)
Seguí buscando y encontré en “El Búho” (revista electrónica de la Asociación Andaluza de Filosofía) un artículo del profesor Francisco García Moreno, donde hacía un interesante recorrido por el concepto de “dignidad” a lo largo de la Historia de la Filosofía y del cual a continuación comparto algunos pasajes con Uds.
Entonces, este concepto, podía ser situado desde distintas dimensiones:
En primer lugar, desde la vertiente histórica y haciendo referencia a lo político-social, para mi sorpresa, los orígenes de la noción de dignidad se hallan en la antigua Roma. En la Grecia antigua no hay nada que corresponda exactamente a la dignitas romana. El concepto que está más cerca de dignitas y que es una idea central en la cultura griega, es el de honor (timé), y en verdad también en latín honor y dignitas suelen competir en tanto que el reconocimiento de la dignitas lleva consigo cierto honor. La dignidad romana se alcanza por las capacidades, las cualidades, la conducta moral intachable que conlleva a los honores y el reconocimiento público. El hombre público romano, como César, Cicerón, Pompeyo, luchan por su dignidad. Acabadas las Guerras Gálicas y antes de que estallara el conflicto interno, César escribe a Pompeyo que “para él la dignidad ha sido siempre lo primero y más cara que la vida” (BC 1,9,2). El mismo Antonio se declara dispuesto a obedecer al Senado “pero con tal que mantenga su dignidad” (Cic. Phil. 12,4).
En segundo término, en la dimensión religioso-teológica, podemos apreciar que la dignidad del hombre, para los cristianos, se fundamenta en su semejanza a Dios. Como aparece en el Génesis: “Luego dijo Dios: creemos al hombre a imagen y semejanza…”. García Moreno observa que la homoíosis theo platónica (por ejemplo en Rep. 613b y Leg. 4,716d) y su exigencia de hacer filosofía como ofrenda a lo divino del hombre y para superar lo animal, puede verse como fase precursora de la concepción cristiana: de ejercer la dignidad humana como tarea entregada al hombre por Dios y de realizarse a sí mismo a imagen y semejanza de Dios. La dignitas hominis otorgada por Dios está en oposición con la miseria hominis, que también pertenece a la naturaleza humana. El derecho a la dignidad humana se concibe así como un triunfo sobre la bajeza, debilidad y falla humanas. La dignidad adquiere así su sentido solo experimentado una y otra vez que es herida. La dignidad humana aparece definida en relación directa con Dios con independencia de la condición política y social del hombre, de su nacionalidad, religión o pertenencia a cualquier otro grupo. Con ella el hombre posee ciertos derechos que ninguna comunidad terrena puede enajenar. A través de la Historia de la Creación, de vigencia hoy canónica, de los comentarios y aclaraciones de los Padres de la Iglesia y de otros después, el concepto de dignidad humana ha pasado a fijarse en la conciencia general. Ya no puede prescindirse del elemento cristiano en la historia de la dignidad humana.


Como tercer dimensión el artículo mencionado nos propone la ética-personal y social (en el sentido de la autonomía moral). Ubica al concepto moderno de dignidad humana, a partir de Kant, en las Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y sublime, en que al principio fundamental de la moral denomina sentimiento de la belleza y dignidad de la naturaleza humana. En la Metafísica de las costumbres la dignidad de la naturaleza humana es deducida de la autodeterminación moral del hombre. Pero el hombre no aparece aquí dentro de un gran orden cósmico ni tampoco en una comunidad nacional ni social, sino que cada uno lucha por su dignidad interior, y el hombre físico se somete al moral. Con respecto a la posibilidad de adquirir dignidad interior, según Kant y la idea cristiana todos los hombres son iguales. Una relación política aparece en Don Carlos de Schiller, donde se enuncia por primera vez como deber del Estado velar por la dignidad de los hombres, lo cual se convierte en un postulado político y adquiere una nueva fuerza, que desde entonces no ha perdido. La dignidad interna Kantiana y la cristiana luchan por los derechos humanos y se llega a la Revolución Francesa: la dignidad del hombre se hace fundamento de los derechos humanos. “Solo en libertad política -dice Schiller- el hombre puede velar por su sentimiento de dignidad.” La libertad es una exigencia de la dignidad. Pero pronto Schiller vería que su llamado había sido en vano: solo pueden conseguirse la libertad y dignidad interiores, y dirá: “La humanidad ha perdido su dignidad, pero el arte la ha salvado y conservado…”


En el siglo XIX la idea de dignidad humana en el contexto político y social adquirió una importancia cada vez mayor a través de Schiller. Testimonio de esto son las críticas de Schopenhauer y Nietzsche al concepto kantiano. Schopenhauer dirá: “Me parece que el concepto de dignidad, basado en un ser tan pecaminoso en voluntad, tan limitado en espíritu, tan caduco y vulnerable en el cuerpo como es el hombre, solo puede emplearse irónicamente.” Para Nietzsche solo al genio puede concederse dignidad. Así, en este culto al genio se separa el elemento aristocrático romano del contexto político.


Finalmente, el artículo citado hace referencia a las terribles experiencias de nuestro tiempo, considerando que éstas han dado un nuevo impulso al concepto político de dignidad humana, reapareciendo un elemento de la dignitas romana: el derecho de la persona frente a la comunidad, derecho que reclaman no solo las altas personalidades como en la Roma republicana, sino cada hombre. De la dignidad humana ya no se deriva un deber, como en la Cristiandad, en la filosofía platónica y en el Renacimiento italiano, sino más bien el derecho de cada ciudadano frente a la comunidad. A través de la carta fundamental de diversos países la dignidad es apelable. La dignidad del hombre en este sentido sigue amenazada, para preservarla la formulación legal es necesaria, pero no basta.


A su vez, la dignidad desde la ética, es considerada como un valor, en tanto y en cuanto el ser humano es de un orden superior con respecto al de los demás seres del cosmos. Ese valor es denominado “dignidad humana” y es un llamado al respeto que se extiende a todos los que lo poseen, es decir, a todos los seres humanos. Aún cuando algunos fueran relegados a un trato indigno, perseguidos, encerrados en campos de concentración o eliminados, este desprecio no cambiaria en nada su valor inconmensurable en tanto que seres humanos. Por su misma naturaleza, por la misma fuerza de pertenecer a la especie humana, por su particular potencial genético, todo ser humano es en sí mismo digno y merecedor de respeto.


Desde el Psicoanálisis entonces podríamos pensar esta “dignidad humana” desde la perspectiva de pares que proponía Graciela en tanto “síntoma-sujeto”.
Los principios que se desprenden de este valor, también pueden ser escuchados en sintonía con nuestra concepción de síntoma: respeto, utilidad, doble efecto, integridad, etc.


Para finalizar, podríamos situar del lado del Síntoma la dignidad (que en tanto analistas habremos de hacer valer) y (como nos recordaba Graciela la puntuación freudiana) del lado del Sujeto el coraje-valor (del griego andreia) indispensable al momento de hacerse responsable de su sufrimiento… y su satisfacción.
Después de realizar este recorrido por la dignidad… del síntoma, se me armó la pregunta: podemos decir entonces que el psicoanálisis al síntoma lo-cura? ¿Cómo pensar locura-ble y lo imposible de curar del síntoma?





Andrea Dolera

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