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martes, 29 de noviembre de 2011

La fuerza y el dominio, por Verónica Carbone

 
1. Fronteras

Se suele decir que el psicoanálisis trata la singularidad, el uno por uno, mientras que el discurso social tiende al “para todos”. Pero ¿dónde está el límite? La misma separación de fronteras es parte del problema. En todo caso, la división no es lineal, y puede tornarse escabrosa. También resulta más interesante el desafío intelectual y la invitación a persistir en la reflexión.
La violencia, como hecho y como tema suscita obstáculos al pensamiento. Preocupa y el debate rebasa los límites particulares. Se repiten situaciones. Surge la denominación, se dice: “violencia de género”. El nombre se presenta cuando la densidad de los actos hace emerger lo subterráneo hacia la circulación común. Alarmados, los sociólogos, periodistas, estudiosos acuden a las estadísticas. Se desayunan preguntándose ¿es un problema social? Deambulan mujeres golpeadas ocultando malamente los moretones, calladas víctimas de la violencia familiar.

2. Violencia


Pero, ¿qué es la violencia?
¿Aquella situación, cualquiera, en la que se pondría en riesgo a otra persona?
¿Un riesgo?, ¿diferentes formas de abuso?, ¿la violencia sexual?, ¿sólo física?, ¿…y la violencia económica?, ¿la religiosa… existe?, ¿la racial? Es indudable. ¿La moral, es no legítima? ¿la psicológica, por dónde comienza? Podríamos hacer una diferencia categorial de violencia, pensando con Freud y Lacan, la constitución del sujeto. Intentaríamos una división entre “violencia devastadora” y “violencia propiciatoria”. En esta última encontraríamos que el significante aparece violentamente irruptivo en lo real.
La historia de nuestro mundo se ha construido con rupturas sociales y culturales.
Se trata, hoy, del cambio referido al lugar de la mujer. Los movimientos que propugnaban esa transmutación han tenido influencia notable en las leyes sociales.
3. Violencia de género.


Se conoce como violencia de género a los actos violentos del hombre contra la mujer. Las Naciones Unidas la define como:
“Todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la vida privada” .
Los escritos sobre este tema se caracterizan por remarcar un desequilibrio de fuerzas, al que muchas veces se llama poder, y se insiste en una imagen de sometimiento, quedar a merced sin posibilidad de defensa.
No podemos ignorar la existencia de la llamada violencia de género, resultado de una suma estadística de casos particulares, que llegan a tener relevancia social.
4. Fuerza y Dominio.


Resulta común destacar que la contextura física del macho hace que éste posea primacía sobre la mujer.
Estamos dentro de lo que llamamos fuerza y la posibilidad de su uso en acto violento contra otro ser más débil.
Por su aspecto físico, como por el rol social, encargada del hogar, madre etc., la mujer fue considerada mítica, jurídica e históricamente como el sexo débil (Sexo imbécil, se le decía en el Derecho Romano).
Esto lo podemos rastrear en la bibliografía antigua, desde los griegos pero también en el Génesis del Antiguo Testamento: Dios crea a la mujer a partir de la costilla del hombre.
Habría que aguzar el sentido para diferenciar conceptualmente fuerza de dominio. Sería una cuestión que nos permitiría articular el psicoanálisis con estos otros discursos.
La violencia de un hombre sobre una mujer se caracteriza en general por ejercer la fuerza física a partir de un marco simbólico.
Decir que la violencia es constitutiva no es suficiente para el planteo que nos interesa. Tendríamos que recurrir a la llamada última enseñanza en Lacan para remarcar el goce como punto de partida en la intelección del fenómeno de violencia. (El goce implica tener un cuerpo y dicho fenómeno da cuenta de ello ya que se trata de la puesta en juego de cuerpos en fuerza).
El cuadro que Lacan introduce en el Seminario 20 sobre las ubicaciones del ser sexuado, indica que la posición masculina se mueve en el Todo, rechaza la diferencia que destruye esa totalidad, marca un límite, y su característica es el síntoma. La posición femenina surge con relación a lo ilimitado el No Todo, caracterizándose por el estrago, lo ilimitado que arrasa, estraga.

5. De los prejuicios a un juicio

Tratemos de precisar de otra manera la violencia de género. El cuerpo es puesto por el sujeto en juego dejando en evidencia un goce mortífero, sancionado y desconocido hasta ese momento. Sólo accesible si se logra responsabilizar al sujeto con “el desorden que hay en su mundo”.
Nos orientamos a partir del sin límite del lado femenino. Ese sin medida que mientras no pueda ser ubicado los empujará al desenfreno y riesgo sin sentido.
Lugar al que se accede para no caer como desecho. Aventurándose en eso que provoca horror, se podrá descubrir la ficción en la que se apoya la vida del sufriente. El horror puede llegar a ser el rechazo a asumir ese empuje hacia la violencia “amorosa”.
El analista debe estar advertido que, en casos de gran violencia física o psicológica, los relatos pueden llevarlo a emitir juicios de valor que son meros prejuicios. La orientación es a partir de los conceptos que nos permitan ubicar el punto de responsabilidad subjetiva y acompañar a aquel que quiera internarse en eso que es lo más íntimo del ser. Es el coraje de ir a encontrarse con esa intimidad la que permite concluir con un rasgo doloroso en la vida, con sus efectos no deseados. Surge aquí un juicio pero es el ético, y a partir de allí hacer otra cosa con eso.
Los actos de violencia, son imposibles de no sancionar. Pero en el transcurso de un tratamiento puede llegar a ubicarse que esa fuerza ejercida, le otorga al otro el dominio en la relación. Volviendo a jugar el juego en reverso.

6. A modo de conclusión


Recorrer juntos el camino de cada caso concreto se justifica en la medida que logremos, mediante la reflexión colectiva, aportar algún nuevo matiz a los conceptos establecidos y su relación entre sí.
De aquí podemos deducir que no es lo mismo fuerza que dominio.
Los textos de la época presocrática, nos muestran que en esos tiempos, la normativa vigente consagraba explícitamente el derecho del más fuerte, estableciendo la identidad entre fuerza y dominio, con el auxilio incluso de los dioses. Luego, tal identidad se tornó encubierta.
A partir de Hegel, y la función que estableció para el reconocimiento, en la relación amo-esclavo, la figura del esclavo es esencial para el amo, más allá de quién detente materialmente el poder. La permanencia en el dominio depende del reconocimiento externo de la posición asumida.
De ahí la necesidad (que tiene el vencedor) de institucionalizar, prontamente, los cambios socio políticos cuando se rompen de manera abrupta las correlaciones de fuerza preexistentes. Como dijo Talleyrand, el canciller de Napoleón, “las bayonetas sirven para cualquier cosa menos para sentarse sobre ellas”.
Cada vez que el hombre ejerce violencia sobre la mujer, está, de hecho, cediéndole su titularidad sobre la legalidad. Un ladrón que asalta a cara descubierta, puede exitosamente hacerse del botín, pero se condena a la clandestinidad, asumiendo la posición de victimario- delincuente. A partir de la mirada que la sociedad tendrá sobre él, será un preso o un fugitivo.
El victimario como el jugador (aunque gane, se asoma a la ruleta siempre para perder), establece una situación que funda un mecanismo: puede ser afortunado en primera instancia, pero su posición está, de por sí, destinada a revertirse en el futuro.
Cada vez que ejerce su fuerza, al perder su legalidad, está despertando un sistema, que lo incluye en una dependencia. Así como la mujer se encuentra “bajo sus manos” en el momento de la violencia, él se hallará luego a merced de ella, ante la sociedad, lugar en el que se debe vivir.
Ambos, entonces, tienen para ganar y perder en esa rueda que los atrapa, de la fuerza y el dominio. Es a lo que juegan mientras se les va la vida.


Verónica E. Carbone


Miembro de la A.M.P, E.O.L.

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